miércoles, 2 de abril de 2008

El 23 de Septiembre del año pasado falleció mi abuelita. La vida nos cambió mucho. Para empezar la Navidad no fue igual, porque siempre nos habíamos reunido en "la casa de la abuelita" y celebrabamos la Nochebuena y el Año Nuevo. Y sin ella, hacer eso no tenía sentido así que nos fuimos a "la finca"...y ese solo ha sido un detalle. La vida es diferente sin ella, ahora los recuerdos son solo eso, ya no son ocasiones para repetir sino solamente imágenes, sonidos, películas mentales.

Y es ahora que entiendo esas frases que dicen que uno no puede apreciar lo que tiene hasta cuando lo pierde, porque ahora en su ausencia la extraño y la recuerdo y me siento triste de no tenerla a mi lado. El otro día escuché a alguien pronunciar la frase "voy a almorzar donde mi abuelita" y sentí una extraña melancolía cuando pensé que yo ya no puedo pronunciarla. Y me sentí culpable por las veces en que el plan de "ir almorzar donde la abuelita" se me hacía aburrido.

Tengo maravillosos recuerdos de ella. Aún recuerdo su sonrisa y cómo olvidarla, si en la sonrisa de mi madre y de mis tías se percibe la herencia de un tono agudo y contagioso que se pega y te hace reír sin que te des cuenta. También recuerdo su deliciosa sazón, no sé cómo hacía pero todo le quedaba rico y como olvidarme de esas albóndigas con el tamaño perfecto para satisfacer sin dejar lleno.

Lo que más recuerdo de mi abuelita es su ternura. Cuando yo era pequeña jugábamos juntas y se sentaba conmigo para atender a nuestros invitados, colocaba puestos en la mesa de jugar para mis amigos imaginarios y tomábamos café y galletas. Siempre me preguntaba por ellos y me seguía la corriente con lo que yo le contaba. No sé si alguien más sabía de mis amigos imaginarios pero para ella también eran invitados. Y así se nos pasaba el día, entre "visitas", oficios y edificios construidos con piezas de dominó que era otro de nuestros juegos.

Me acuerdo de lo mucho que disfrutaba cuando yo le leía cuentos, y cuando escuchaba "La camisa negra" (que por cierto, pensaba que yo me la había inventado) y no voy a olvidar el consejo que me dió, aún cuando ya estaba en cama y supo que Rofen se iba a Bogotá, mirando más allá de mis esfuerzos por ocultar mi tristeza para no preocuparla, me dijo "que las lágrimas no nublen el camino que tiene que seguir, mijita". Mi abuelita era linda, era tierna y era una berraca. Mi abuelita era una guerrera y vivió toda su vida con prudencia y con generosidad, era fuerte y tenía un alma noble. Yo la admiraba, todavía lo hago. Y me siento bendecida de haberla tenido como mi abuelita.

Tengo muchos recuerdos de ella y son recuerdos que me hacen feliz, aunque a veces vengan a la memoria y dejen una estela de melancolía a su paso que como un perfume, se queda en el olfato. Pero a veces decido sacarlos a pasear y me deleito en las imágenes y en los sonidos, en los olores y las emociones que traen y juegan en mi cabeza y soy feliz y me dejo ser feliz.

Pero mis recuerdos no son lo único que me queda de ella, también me quedan mis tías, mis primos, mi tío, mi madre, porque ellos son esa herencia maravillosa que encarna el legado de la vida de mi abuelita. Ella todavía está viva en todo lo que compartimos como familia, en nuestros abrazos, en nuestro compromiso de unos hacia otros, en todo lo que nos une. Y hoy mas que nunca me siento cercana a ellos, cercana a sus corazones, cercana una vez más al corazón de mi abuelita.

Hasta Siempre mi Floricienta.

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